Padre cuidando una noche a un niño lactante (carta abierta)
Hoy publicamos una curiosa carta abierta de un padre. Nos cuenta su experiencia cuidando a su niño de 2 años que, por primera vez, va a pasar una noche completa sin su madre. Quien tenga un bebé o un niño que se alimenta de lactancia a demanda se puede imaginar que la primera noche puede ser una odisea.
Carta abierta: cuidando a David, de 2 años, sin su madre (con algo de leche materna extraída)
Sabía que David no iba a pasar una de sus mejores noches. Pero con un poco de suerte, tal vez no fuera la peor de su vida, puesto que otras noches por tema de dientes o enfermedades habían sido bastante malas. El listón no estaba alto y, con esfuerzo y fortuna, podría hacerse soportable la velada.
David se ha alimentado siempre con lactancia materna a demanda. Al tener dos años, y tras una larga experiencia aplicando el método baby-led weaning, no parecía complicado el comienzo de la noche. Con una buena cena, cocinando algo que le guste, debería bastar.
Y como David es bastante glotón (es un bebé grande y come mucho), la tortilla y alguna que otra cosilla de su gusto, funcionaron. El truco siguiente era mimarle algo más de lo acostumbrado. ¿Que me araña? Bueno, no pasa nada, está jugando y le sonrío. ¿Estira mi pelo? Será «sin querer«, supongo.
Mucha paciencia, el siguiente ingrediente. Reunir todos sus juguetes favoritos (que habían estado escondidos todo el día de forma estratégica): jugar con él, no falla. Su optimismo era excelente, y como alguna que otra noche estaba acostumbrado a que mamá llegara tarde a casa, la noche parecía una más.
Pero la hora de ir a la cama se alargaba. David, que como todos los niños no tiene un pelo de tonto, estaba intentando mantenerse despierto para no perderse el momento mágico del día: dormir con mamá. Su hermana mayor, que todavía toma, describe la leche de mamá como «su comida favorita» (pese a que es muy golosa, solo con oír hablar de chuches, polos o chocolate se vuelve loca).
Fue al darse cuenta David de que ese momento, ese dormir con mamá, por primera vez en su vida no llegaría, cuando empezaron las lágrimas. Dormirlo fue complicado, y poco gratificante. No es lo mismo verlo cerrar los ojos con leche en la comisura de sus labios, que por agotamiento.
La leche que mamá se había sacado para esta ocasión fue importante, pero no le gustaba demasiado: solo fue eficaz cuando comprendió que ella no llegaría, cuando vió que no tenía una alternativa mejor.
La noche fue larga, bastante larga para los dos. No sólo David echaba de menos a mamá. En su primer despertar, montó otro drama llamando a su madre, y volvió a caer rendido alternando entre la botellita de agua y la de leche. Ninguna contenía exactamente lo que buscaba, pero bastó para que el sueño le venciera.
En su segundo despertar (¿o fue el tercero? ya no lo sé), cambió la palabrá «mamá» por otra que me gustó más: «papá». Me llamaba, sí. Aunque el tono no parecía presagiar nada positivo. Ese tono y la frase completa (Papá NOOOOOOO), me quitaron la poca alegría que me dio ver que me llamaba.
Pero lo cuento todo por mantener el recuerdo, sin querer dramatizar en exceso. Y además, su despertar definitivo fue bastante bueno. No era la primera vez que ella no estaba al abrir los ojos, así que al menos en apariencia sintió como algo normal verme a su lado en vez de a mamá. Y me sonrió.
Creedme si os cuento que esa sonrisa y esa mirada de amor, compensaron todos los esfuerzos nocturnos (y mira que cuando alguien me despierta a mitad noche, en otras circunstancias, sale lo peor de mí).